Por Jhon Fredy Vásquez
Con 48 años de edad, a Ramón Antonio Zapata Bolívar le han quedado sus metas en el aire, no porque sea un fracasado, sino porque sus anhelos están por encima de los de muchos.
A 4.400 metros de altura sobre el nivel del mar, Moncho, como es conocido en su medio, piensa si no ha llegado muy lejos, justo cuando ve pasar a dos gallinazos muy por debajo de él.
Curtido ya en los malabares del cielo, Ramón es un hombre prudente y precavido, ha aprendido en sus 18 años de experiencia como parapentista que hay malas decisiones que le pueden costar la vida.
En sus palabras describe a la naturaleza como una madre muy exigente que a veces reprende y a veces castiga, y en los predios del viento, que no es nuestro medio natural, las lecciones se aprenden duramente. Así, nuestra madre naturaleza nos cobra las malas decisiones y esta ley aplica también en la vida cotidiana.
El vuelo en parapente o planeador ligero flexible surge a finales del siglo XX como respuesta a la necesidad de los montañeros europeos por descender más rápidamente de las altas montañas en sus quehaceres campesinos. Los montañeros de Antioquia también se sumaron a esta actividad, pero más por deleite que por necesidad.
Según Moncho, Medellín es pionera en Colombia en el arte del parapentismo que en la actualidad ha alcanzado un desarrollo tal que no se limita a la función meramente descendente de su antecesor el paracaídas, sino que literalmente se vuela en parapente.
La técnica del parapentismo consiste en aprovechar las corrientes térmicas o dinámicas que se generan en la atmosfera, fruto de la influencia del calor solar y la humedad. Así, el vuelo en parapente siempre dependerá del clima y de la habilidad del piloto para reconocer las señales que le indican cuándo es un buen momento.
En tierra es la manga- veleta la que da las señales de velocidad y dirección del viento: es una especie de embudo cilíndrico o cónico, hecho normalmente de un material impermeable, que por lo regular pende de un mástil alto moviéndose a voluntad del viento. Donde hay una manga-veleta hay siempre actividad aeronáutica.
Los caminos invisibles
Ese universal sueño del hombre por seguir los pasos de Eolo tiene sus secretos. El parapentista que no necesita de una máquina para mantenerse en el aire debe reconocer ciertos códigos de la naturaleza que le permitan recorrer senderos que crea el viento.
La forma de las nubes, el recorrido de las aves, la intemperancia del clima son algunos de los signos que se deben reconocer si se quiere viajar por los aires mientras se conserva la vida.
El desarrollo del vuelo en parapente se logra a través del perfeccionamiento de una serie de destrezas o habilidades que ayudan a sortear y aprovechar las condiciones del aire. Estas destrezas permiten al piloto no solo aprovechar las corrientes para conseguir altura, sino para salirse de alguna situación peligrosa.
El peligro siempre está latente en este deporte, siempre hay un riesgo. Pero el desarrollo de equipos, materiales y técnicas ha hecho de este sueño una actividad muy segura.
Moncho cuenta que en Medellín solo ha ocurrido un accidente fatal, el de un turista extranjero que por volar bajo efectos de la droga perdió el control en su aterrizaje y se rompió el cuello contra un árbol. Por eso Ramón asegura que son las malas decisiones de los pilotos las que generan los accidentes.
Moncho ha montado un club de vuelo en el corregimiento de San Félix (Bello), se asoció con otros soñadores y crearon un acogedor espacio llamado Wayra. Allí, en un ambiente campesino y la mejor comida antioqueña, los turistas disfrutan de un bello paisaje y enfrentan sus miedos en esa maravillosa aventura de volar.
Moncho dirige este proyecto junto con otros tres pilotos y un grupo de ayudantes que en conjunto garantizan toda la parte logística y la seguridad de los vuelos:
Juan Carlos Ríos, profesor de Ciencias Sociales, es un hombre amable y experimentado en el vuelo que siempre buscará una buena conversación en el aire.
Ferney Correa, uno de los más jóvenes, es quizá uno de los pilotos más hábiles; es tímido, original de la zona y comparte su afición por el vuelo con las actividades del campo como el cultivo de café.
Y Robinson López, otro joven y experimentado piloto que dejó de volar en el sector de Matasanos, en el municipio de Barbosa, para unirse a este proyecto.
A estos avezados pilotos se les suman una secretaria que se encarga del registro de los vuelos, cobrar el dinero y velar por que todo esté en regla. También siempre hay dos o tres ayudantes que se encargan de mantener todo en orden: equipos de seguridad y de vuelo, la pista despejada para el despegue y el aterrizaje, y ayudan al piloto y al pasajero en el momento del despegue.
Las normas de seguridad en este deporte son muy estrictas: cascos de seguridad, paracaídas de emergencia, radios, y para los vuelos con pasajeros, una especie de silla con airbag que amortigua el aterrizaje.
Moncho se queda corto para describir la sensación del vuelo en parapente y sólo piensa en la palabra “magia”.
Describe esos maravillosos encuentros con las aves, los gallinazos que a veces los acompañan en sus viajes mostrándoles el “camino”, ver correr la vacas por el campo, cruzar nubes de golondrinas, ver los gavilanes y halcones que a veces se posan en el ala o parapente (cuando no es que deciden agredir con sus garras, lo que también ha ocurrido) y ver la ciudad como una pequeña maqueta dónde jugar a los gigantes.
Para ser un parapentista se debe estar alerta y con los sentidos muy activos, para ello es necesario estar siempre sobrio. Por eso Moncho elige pilotos sin adicciones.
Estos pilotos siempre recordarán con especial sentimiento aquella ocasión en que un pasajero les solicitó un vuelo para arrojar al viento las cenizas de un ser querido. Y es común que se regale de cumpleaños un vuelo en parapente porque, después de todo, ¡qué mejor regalo que volar!
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