Kung fu: una pantomima del ser

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Por Laura Polanía Baena

Las expectativas eran todas. Era la primera vez que iba a tener contacto con un maestro de kung fu y las películas habían creado en mí una imagen tal que tenía miedo que él, sólo con mirarme, supiera lo que estaba pensando y cómo me sentía. En ellas existe el mito que los maestros son sinónimo de sabiduría.

Imaginaba un hombre de barba blanca, kimono, pelo largo y una paz invulnerable en sus ojos y que al entrar por un tapete rojo, un ejército de hombres lo rodeara y un redoble de tambores lo acompañara. Pero estaba en la realidad y nada de esto pasó.

Me encontré con Jorge Betancourt, un hombre no muy alto, sin barba blanca ni pelo largo pero con unos ojos verdes, sinceros y llenos de amor, dispuesto a compartir su historia.

Entre balones, cuerdas y uniformes empezamos a conversar y así poco a poco me fue contando su historia, la del kung fu y de cómo éste le había cambiado la vida.

Empezó a entrenar desde los siete años, llegó a las artes marciales por su amor por la naturaleza y por la hiperactividad que tenía desde niño; estudio filosofía y teología en la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín.

Ahora se dedica a su academia de kung fu “Citogim” en donde trabaja hace 39 años. Actualmente tiene 300 alumnos y en su mirada está escrito lo mucho que ama su trabajo y la vida.

La palabra kung fu traduce “excelencia” y es por esto que Betancourt explica que no es simplemente un deporte sino más bien una forma de vida donde todo lo que se hace se debe hacer con excelencia: el ejercicio solo es un puente, un diálogo mudo, una pantomima, donde se expresa todo lo que se quiere gritar a través de un movimiento.

En cada uno de ellos hay una filosofía, cada respiración tiene un significado y cada pirueta es un acercamiento a la perfección.

El ejercicio, entonces, logra oxigenar el cerebro y contactarnos con el mundo, libera lo malo que hay en nosotros para ayudarnos a superar los traumas creados en la infancia y ayudarnos al alineamiento y a vivir tranquilos el aquí y el ahora.

La filosofía del kung fu persuade de que todo se puede lograr si la mente está en positivo y se va paso a paso posibilitando un descubrimiento propio.

A través de los ojos de un alumno
Cristina Restrepo practica kung fu hace tres años y entrena dos días a la semana. Para ella ha sido una forma de crear una conciencia clara y razonable para darle liviandad al ser y de esta forma poder dejarle un legado a la vida, dejar un mensaje y estar en actitud de servicio siempre para lograr, como la filosofía del kung fu lo predica, la excelencia tanto en el deporte como en la vida.

Según Cristina, su cambio se ha visto reflejado sobre todo en su forma de actuar cuando tiene rabia. El kung fu no es competencia contra otros, es una forma de competir contra uno mismo queriendo todos los días ser mejor por bienestar propio mas no por los demás.

De esta forma ha dejado de ser sea tan agresiva, ahora su rabia se queda en cada movimiento a la hora de entrenar.

Cada ejercicio tiene un significado y expresa algo o libera. Es por esto que el kung fu es una pantomima del ser, ya que el kung fu grita.

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