¿Obsesivo? No, apasionado

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Por Carolina González Delgado

Milímetro a milímetro sus párpados –pesados por la falta de sueño- van dándole la bienvenida a un nuevo día –normal para muchos- pero no para él, quien espera diariamente las 7:30 de la noche para poner su mejor partida sobre la mesa.

Marcos Restrepo Arango nació en San Andrés el 28 de agosto de 1992, pero vive en Medellín desde que tenía cinco años. Es de piel morena, cabello negro, ojos del mismo color de su pelo, y cejas azabaches y pobladas. Mide 1.78 metros de estatura, lo que le permite ser uno de los mejores en salto de su equipo, y es de contextura flaca, aunque sus músculos no podrían ser más fuertes gracias a su gran pasión: el voleibol.

“El voleibol para mí es una pasión, es una forma de vida; es amistad, dedicación, aprovechamiento del tiempo libre y salud. Pero ante todo es disciplina”, dice este voleibolista apasionado.

Sus jornadas son largas y extenuantes, pero sus energías y sus ganas de ser mejor y de dejar en alto su equipo del Club de Envigado –al que pertenece desde hace poco más de un año- son mayores al cansancio físico –y tal vez mental- y a la cantaleta de muchos allegados que lo califican prácticamente como un obsesivo-compulsivo.

- ¡Marcos! -dice María Paulina con su voz ronca y calmada.

Son las 5:20 de la mañana. Marcos debe levantarse para empezar su “día normal”. Después de bañarse, tender la cama, desayunar Choco Krispis –aunque no para crecer sano y fuerte, porque además de que ya creció ya es sano y sí que es fuerte- y lavarse los dientes, sale a la portería de su casa, en un barrio “bien” de El Poblado, a esperar el bus del colegio a las 5:55.

Durante los 40 minutos que se demora el bus en llegar al Colegio Aspaen Gimnasio Los Alcázares este voleibolista consumado duerme para reemplazar –o por lo menos intentarlo- las horas que no durmió en la noche a pesar de haber tenido un día devastador lleno de estudio, ejercicio y, por obvias razones, poco tiempo de ocio.

“Almuerzo completo”, dice Marcos quien está afiliado al plan de alimentación de su colegio. “Ah, bueno, también tomo media mañana”, agrega el estudiante. “Yo como lo que me da la gana, pero sí me baso en conocimientos básicos: por ejemplo, tengo en cuenta que la energía del consumo inmediato son los carbohidratos, entonces trato de comer dulces o harinas durante el día para recolectar energías”, cuenta este aficionado.

Como dice Ana María, una de sus tías, “yo lo visto pero no lo alimento”. Y sí, la verdad es que se alimenta bien. Él mismo afirma: “Me alimento muy bien porque uno haciendo tanto deporte quema muchas calorías”.

A Marquiños, como le dicen casi todos sus amigos de voley, se le abren los ojos cuando ve el reloj. Son las 5:30 de la tarde, hora de salir de casa. “Camino hasta la avenida El Poblado y cojo un bus de Sabaneta. Me bajo en el Parque Recreativo de Envigado y camino seis cuadras para arriba”, dice.

Cuarenta minutos más tarde llega a su segundo hogar: la cancha La Merced. Aunque ésta –desde hace tres meses- es sólo provisional mientras terminan la remodelación del Coliseo de Envigado. ¿Motivo? Los Juegos Suramericanos de 2010.

“Lo están destechando y están cambiando las oficinas, los baños y los pisos. ¡Ah! y la fachada. Mejor dicho, lo están volviendo a hacer”, dice Marcos con una sonrisa en sus labios –quizá porque conecta esta idea con la imagen del nuevo sitio donde se divierte, olvida sus problemas, se desconecta de los conflictos del mundo y donde –como dice su madre- aprende a trabajar en equipo.

“Me encanta que juegue. Y no sólo porque está entretenido sino porque me parece importante que aprenda desde ya a no ser tan individualista”, dice Mina, su mamá. Aunque le parece excesivo: “A mí me parece exagerado. Yo no sé si esa responsabilidad si es impuesta o si es que él le quiere dedicar más horas de las que le exigen”.

Sin embargo, Daniela –otra compañera aficionada del deporte- manifiesta lo contrario: “El problema con la gente que llama a la pasión obsesión es uno muy sencillo: que no sienten precisamente eso: pasión por algo. Con tal de que uno tenga el consentimiento de un profesional, de que sepa priorizar las cosas y de que responda con el resto de sus obligaciones, la intensidad no importa”, dice Daniela una compañera.

Ha llegado la hora de poner su mejor partida sobre la mesa. Después de tanto esperar, el reloj marca las 7:30 de la noche. Restrepo –a propósito, “súper buen estudiante”, como afirma su mamá- se le nota la pasión en la cara, en la manera como sus músculos se preparan para atacar una bola que viene veloz desde el otro lado de la malla.

Sin importarle los comentarios de su madre y de Pablo, su tío –quien afirma que “se le va la mano”- pone sus dos pies sobre la cancha. Sus ojos brillan y sus piernas largas están atentas para dar un salto que puede dejar a muchos boquiabiertos. Es el momento para “quemar” todas y cada una de las calorías que ha consumido durante el día, es el momento de demostrar ante otros cinco compañeros que cuando se quiere, se puede.

“¿Cómo profesión? No, para nada. Para mí es sólo un hobbie. Yo quiero estudiar Ingeniería Genética pero acá no hay y no estoy dispuesto a irme. He estado pensado en Biotecnología. Vamos a ver”, dice Maicos, como lo llaman sus primas.

Es casi media noche. Por fin ha terminado de hacer sus tareas y de despejar su mente con otras cosas tal vez más comunes para los jóvenes de su edad: Facebook y Messenger. Por fin –menos cansado de lo que uno se podría imaginar- se acuesta en su colchón, que parece más una piedra, a tan sólo seis horas de comenzar otro día “normal”.

Es hora de dormir esperando que otra vez la misma voz que ha escuchado durante 17 años abra la puerta y le diga: “Marcos” –con voz ronca y calmada- a las 5:20 de la mañana.

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